Crece en mí un vacío mientras recorro Olas Altas y el aire de la noche chicotea muy lento los ríos de la memoria, el cielo oscuro erizado de colores, las jetas deformadas por la peda, los gritos, el meneo de caderas, bailes desvergonzados-gloriosos sábados de desvergüenza- glorioso también el bufido de las tubas, los clarinetes, el ratatatatatatatatata de la tarola tronando.
Nada. Aire de febrero sin oropel, sin confeti, sin el elixir de la cerveza bendiciendo a sus devotos. Nada salvo el romper de las olas, un ruido opaco saliendo del Belmar y adentro, en sus entrañas, los disparos del Gitano, la sangre de T. Loaiza y el primer beso de una pareja de quinceaños interrumpido por la estampida que cimbró el corazón de la fiesta y que 66 años después tuvo su réplica más violenta en aquel histérico alud que la Reina Astrid soportó, estoica, desde su trono.
La Machado, poblada de fantasmas, arcángeles de plata y aves doradas sin el perfume del mar humano empujándose, estrujándose, lanzando miradas de desafíos, de burla, de deseo. Mar contenido en un círculo, un necio carrusel que en cada vuelta encuentra un rostro conocido, un amigo, una devota del ritual de la algarabía, del orgullo, del exceso, de la celebración que cambia una y otra vez de atuendos, de disfraces, de modos, jamás de alma.
Harina, cascarones, corcholatas, antifaces, máscaras, lásers, drones, memorias grabadas en periódicos, fotos en blanco y negro, en sepias y colores pastel que fueron revelados en un cuarto oscuro, en una instantánea, en una aparición inmediata por Facebook frente a un millar de ojos que exploran el escándalo de una ciudad del Pacífico mexicano que hoy guarda lutos y silencios que reservan sus ansias de leviatán riente tras de máscaras, caretas, cubrebocas que nos guarden, un instante, de la muerte…
– ¿La muerte? La muerte me la pela, dijo el Ángel.
Eternidad vuelta carne y gracia- las nombro y la respiración se inflama- Amina, Leticia, Libias…rubíes, zafiros, perlas de Sodelva y Delia, misterios que se siembran en nuevas herederas; en nuevas visiones de dragones, de manos cincelando trazos, alturas, sueños de Rigo, de Neri, carros y carrozas que armaban entusiastas vecinos de la Zaragoza; héroes anónimos, amantes de una fiesta tosca, de los barrios del Muey y del Abasto, almas grandes, ardientes, mil veces más gloriosas que el más fastuoso escenario, enviados de Momo, de Baco, mazatlecos sin nombre.
Llego a casa. A esta casa en donde mi Madre- mi abuela, Doña Basi- llenaba cascarones con confeti y algo en mí crecía, como ahora, lleno de amor y orgullo y de alegría por ir a perderme al Paseo Claussen y, allí, en el tumulto, fui levantado en hombros por mi padre para mirar la fiesta de la misma forma en que yo levanté a mi hijo en un escape, en un momento fuera del trajín, guardando la libreta maltrecha, aplaudiendo a los hombres y mujeres que armaron aquellos carnavales, carnavales como otros de escándalos, de bulla, misas del trópico.
Carnavales que terminaron con la piernas molidas y listas para el siguiente día…” modalidad carnaval”…zombis que van y vienen por oficinas, por calles, palacios de gobierno, callejones, casa, coches, estadio… Zombis de Bardal, gladiadores glotones, titanes que edifican con la magia de sus huevos, coraje, cansancio, trabajo.
Llegar a casa, encender la luz sin el ruido de patrullas, de las ambulancias, de hombres y mujeres, bebés, ancianos, rancheros, gabachos, valquirias, payasos, buchonas, hembronas que son hombrones, vírgenes, cholas, fokemones, suicidas, inocentes, incinerados del mal humor- ¿a quién irían a quemar este año? ¿Al COVID-19, a “El Químico”, a Trump, al Tostado? ¿Quién sería el chivo expiatorio que mantendría vivo el fuego eterno de la fiesta?
El cuchicheo, el mitote, el arguende, el desmadre, la dicha seguirá revoloteando de jueves a martes en este vacío que crece y que antes, en los viejos años de la peste, ya había amortajado a la ciudad. Nada es para siempre, ni estos seis días para agasajar la carne que hemos sabido convertir en 365 estaciones de fervor para esta ciudad que todo lo dice en su infatigable ¡eaea! Que no se guarda nada y menos ahora con el pregón de “las benditas redes sociales”- como diría otro candidato para arder en la hoguera- pregón que transforman el mundo desde la comodidad del hogar mientras la ciudad naufraga, mientras el árbol de las artes recibe sus hachazos más bestiales de manos de reyes y reinas que perdieron la cabeza…si es que alguna vez tuvieron una.
Antes de dormir pienso en la calma de aquellas madrugadas, cuando el filo del alba me recibía, y mi vacío, este vacío oceánico de carnaval se colma pensando en cada casa, en cada familia, en cada alma que conoce la fiesta, que la adora y repudia, que guarda en sus memorias una forma, un color, el sonido y las huellas de nuestro ser y tiempo porque, dicen por acá que “En Mazatlán, el tiempo se mide en carnavales”.
Y si no hay carnaval, ¿En qué tiempo vivimos? ¿Cuál es nuestro tiempo?