Por Fernando Alarriba
Sin duda, como en muchas otras áreas, se avecinan cambios notables que trastocarán la dinámica de la vida cultural del puerto, pero mientras este incierto panorama se acentúa me parece prudente realizar una evaluación de las prioridades de la administración de Luis Guillermo “El Químico” Benitez Torres en este ámbito.
Es obvio que desde el mes de noviembre de 2018 la política cultural en Mazatlán cambió notoriamente y esto sacudió a los grupos más estrechamente vinculados a esta área: artistas, académicos, promotores culturales y, desde luego, públicos.
Desde finales de los años 80, con la creación de la Dirección de Difusión Cultural, las políticas culturales de la localidad se habían centrado en el fortalecimiento de la educación artística, la formación de profesionales del arte, la creación y mantenimiento de la infraestructura cultural y la difusión de espectáculos de la llamada alta cultura (bellas artes en su sentido más tradicional).
Pero el viraje que Benitez Torres y su equipo de trabajo han dado es claro, contundente y, en apariencia, radical: el objetivo es promover a Mazatlán a nivel nacional e internacional a través del turismo y de espectáculos masivos.
La claridad y la contundencia se aprecian en cómo, en poco más de un año, la presente administración ha acudido a eventos en Colombia y España, en Acapulco, Guanajuato, Ciudad de México, Durango, Aguascalientes, Atlacomulco y otros lugares para presumir los colores, sabores y sonidos de “La Perla del Pacífico” buscando incrementar la demanda turística para una ciudad que ya ha dejado de depender de temporadas fijas y que se ha convertido en un destino que tiene gran afluencia de visitantes durante todo el año.
Para muchos de los agentes culturales, esta decisión constituye una fractura, una falla en la tradición política local tan orientada a las bellas artes; una merma para programas y proyectos que han creado y educado públicos por generaciones; pero, sobre todo, representa una especie de degradación de lo que la cultura “debería” perseguir: educación, excelencia artística y creación de espacios de convivencia.
Sin embargo, cuando mencioné que el cambio de rumbo tomado por “El Químico” parece radical, lo hice porque, en el fondo, sus decisiones no dejan de mantenerse en el ámbito de lo cultural, de repetir lo que otros han hecho, e incluso (aunque por mero accidente), de establecer acciones innovadoras en este campo. Pero, vayamos por partes:
En primer lugar, recordemos que el turismo es un fenómeno cultural (UNESCO lo considera como una industria cultural y creativa) debido a que su fundamento es el contacto con los elementos simbólicos de otras culturas y todo lo que esto implica (conocimiento de otras lenguas, geografías, tradiciones, arte, historia, formas de entender la vida, etc.).
Por lo tanto, la promoción turística de Mazatlán es una política cultural válida, propositiva (teniendo en cuenta que jamás se había realizado con tanta determinación) y hasta visionaria, si se considera que el turismo es una de las principales actividades económicas del puerto y quizá la principal apuesta para su desarrollo.
Carnaval: la eterna muleta

Por otro lado, en lo relacionado a los espectáculos masivos, la administración de Benitez Torres ha visto en el Carnaval una plataforma política valiosísima, tanto que uno de los lemas del gobierno municipal es “La Ciudad del Carnaval”. ¿Medida populista? Desde luego, pero no es nada que espante si se revisa con atención la historia moderna.
Enrique Vega Ayala, cronista oficial de Mazatlán, señala en su texto “Historia del Carnaval de Mazatlán” que desde los años 70, con la creación de la Comisión de Desarrollo y Promoción Turística (CODETUR), la fiesta se convirtió en política gubernamental:
“A diferencia de las juntas anteriores (comités o patronatos), la comisión se convertirá en una institución dependiente del erario y de las determinaciones de las autoridades municipales. (…) Bajo un régimen autoritario como el que se vivía entonces y con una expectativa financiera bonancible, los costos de los carnavales no resultaban asunto relevante, sobre todo si se justificaban con la finalidad de consolidar al puerto como destino turístico de clase mundial o, como la conseja aseguraba, permitía manejos poco escrupulosos de los presupuestos”.
¿Suena familiar? En 2020, Mazatlán continúa en su eterna consolidación como destino de clase mundial y si en los 70 y 80 Raúl Velazco y sus programas especiales de Carnaval fueron el medio para llamar la atención y promover la fiesta, en su más reciente edición el instrumento fue J Balvin.
Porque, hay que decirlo, la presencia del colombiano será un hito en la historia de la máxima fiesta del puerto: por primera vez se trajo a un artista de fama internacional justo cuando éste se encuentra en su mejor momento (Balvin es uno de los rostros más notables del género del reguetón, el fenómeno musical más importante de la actualidad y una prueba de esto es que, semanas antes de su concierto en Mazatlán, el intérprete de “Blanco” estuvo en uno de los eventos que genera mayores audiencias en el orbe: el espectáculo de medio tiempo del Super Bowl, encabezado este año por Shakira y Jennifer Lopez).
La estrategia rindió frutos: desde que se anunció la presentación del cantante las expectativas estallaron, la venta de boletos fue un éxito, la distribución de entradas gratuitas desató tumultos y el día de la presentación el Estadio Teodoro Mariscal estuvo a reventar con un público eufórico.
¿16 millones de pesos? Qué importa, si, a bote pronto, la consigna del primer edil mazatleco de lograr “El mejor Carnaval de la historia” parece haberse cumplido: la ciudad tuvo a su gran estrella y esto generó visibilidad masiva gracias a los medios de comunicación y a las redes sociales.
¿Pan y circo? Absolutamente, pero, como ya mencioné, esto no es nada nuevo ni en Mazatlán ni en el mundo: hacer del espectáculo política y vivir la política como espectáculo es la norma, allí están los rallies de Donald Trump o los extravagantes comunicados de Nicolás Maduro. Además, ¿qué criterios se utilizan para calificar el éxito de un Carnaval: la afluencia, los ingresos, los acuerdos, alianzas, proyectos o negocios turísticos y comerciales consolidados a partir de la fiesta? Sin duda esto es difícil de determinar y más cuando la memoria colectiva de los porteños es corta, mala e inconsecuente, al grado que, para algunos, el escándalo llega a ser lo más memorable y por algo decimos que “No hay carnaval sin mitote”.
Símbolos culturales: parafernalia y posibilidades

Lo que sí resulta novedoso es que Benitez Torres y su equipo tomaron algunos componentes básicos de la fiesta (corte real, comparsas, música) y los convirtieron en una herramienta de promoción permanente para su gobierno; una medida astuta y, a mi juicio, sumamente eficaz para conservar y ganar simpatizantes que fortalezcan su administración y que impulsen las aspiraciones de “El Químico” a la gubernatura de Sinaloa en 2021.
De esta forma, tanto el Carnaval como la música de banda (recordemos que el otro lema de este gobierno es “Donde se rompen las olas”, un verso de “El sinaloense”, y qué decir de “El corrido de Mazatlán”, el tema de presentación de “El Químico” a cada evento), dos de las expresiones culturales más vitales para los patasaladas, se convierten en banderas políticas (o eslóganes publicitarios) que sugieren que esta es una administración identificada y comprometida con el pueblo; porque, más allá de filias y fobias, es innegable que a nivel histórico, social y económico el carnaval y la música de banda definen la vida de Mazatlán y así, bajo esta dinámica, la cultura se transforma en parafernalia política.
Sí, la política cultural en Mazatlán ha cambiado, pero es momento de cuestionar sus fundamentos: ¿se ha hecho de forma premeditada? Más allá de los discursos (a veces confusos y contradictorios), ¿existe un plan que oriente estas acciones? ¿El turismo en Mazatlán se considera una actividad cultural y una industria creativa? ¿De qué formas se están interpretando, reelaborando y presentando todos los símbolos y relatos de la cultura porteña dentro y fuera de la ciudad? ¿Se tiene conocimiento de la economía cultural y de cómo ésta se relaciona con diversos sectores productivos en eventos tan grandes como el Carnaval?
Estas y otras preguntas deben ser respondidas por las autoridades de los organismos que, a nivel municipal, tienen mayor injerencia en este tema: el Instituto Municipal de Cultura, Turismo y Arte de Mazatlán; y la Secretaría de Desarrollo Económico, Turismo y Pesca (una secretaría creada apenas a finales de 2019). Dos entidades con distintos niveles y formas de comprender y crear acciones políticas para un mismo campo, algo que habla de la complejidad del sector turismo y que evidencia su importancia para esta administración.
En lo particular, me parece que el accionar de este gobierno ha partido más del impulso que de la planeación; después de todo, recordemos que la llegada de Benitez Torres al poder (como muchos otros representantes de MORENA) se debe en buena medida al llamado “efecto AMLO”, una coyuntura política que, en el caso de Mazatlán, ha dado pie al desorden y que para la paramunicipal responsable de la cultura porteña se ha traducido en dos cambios en la dirección general, denuncias, auditorias y un sinfín de chismes que tanto fascinan a los patasaladas.
Sin embargo, no puedo dejar de reconocer que, aunque de forma involuntaria, el accionar de la administración morenista en el puerto está mostrando nuevos derroteros: vastas áreas de oportunidad que, de ser exploradas y trabajadas adecuadamente, ayudarían a ampliar y fortalecer los alcances sociales, económicos y políticos de la cultura en Mazatlán.