“Caneros”: humanidad tras las rejas

En los próximos días conversaré a fondo con el maestro Ramón Gómez Polo sobre su obra “Caneros”, estrenada este sábado 22 de mayo en el Teatro Ángela Peralta.

Ya en 2017 con su ópera prima “Ajedrez”, una reflexión sobre la paternidad, Gómez Polo mostraba que parte vital de su apuesta autoral se basa en la construcción de relatos sólidamente estructurados y dedicados a conmover al público.

Esta combinación de sensibilidad y eficacia narrativa alcanza en “Caneros” momentos memorables gracias a esta historia hecha de historias: la última función del taller de teatro de un grupo conformado por cinco reclusos, una despedida que, a manera de un caleidoscopio, nos permite asomarnos a su más plena humanidad llena de caídas, abismos y esperanzas.

“Caneros” sabe economizar en recursos técnicos y humanos para crear una obra ágil, dinámica y múltiple: un sonido agudo nos transporta al pasado de los personajes; una luz segmenta la escena y crea una nueva escena; una peluca, un vestido, un saco, un chaleco o unos anteojos convierten a los reos en esposas, hermanos o policías, sombras del pasado que brotan por un instante para dibujarnos, a profundidad, a los protagonistas.

Indudablemente, los primeros actores José Carlos Rodríguez y Luis Rábago, miembros de la Compañía Nacional de Teatro (que colaboraron en este proyecto a través del programa “En compañía de La Compañía”) fueron el sostén interpretativo de “Caneros”: dos presencias capaces de mostrar a detalle la vulnerabilidad de estos hombres que luchan por asumir cabalmente las consecuencias de sus actos sin evadirlos, sin deformarlos y, sobre todo, entregándose al teatro como la posibilidad más pura de mantener y renovar su humanidad.

“Caneros”, de Ramón Gómez Polo.

Entre estos dos personajes, el estoico y duro “Daniel” (Rodríguez) y el dulce y noble “Don Gustavo” (Rábago), los miembros de la compañía “Iguana Roja” Alejandro Careaga (“Roberto”), José Manzanillas (“Carlos”) y Josar (“Sergio”)  se dieron a la tarea de explorar la furia, el miedo y el odio de los turbulentos espíritus de sus personajes, seres que nos muestran cómo la ignorancia se supera a fuerza de amistades y nuevas ideas; que muestran el fondo de una vida que, desde el principio, parece destinada al caos y que exponen la floración de miedos y dudas que la libertad encierra cuando se ha vivido como un “Canero”, carne de presidio, por demasiado tiempo.  

Sin embargo, pese a la densidad emocional contenida en la obra, Gómez Polo decide que todo fluya a través de la risa y esta elección no significa que “Caneros” sea un comedia, tan sólo implica una mayor posibilidad de empatía, una aproximación más cálida a un universo opresivo y cruel pero universal y mucho más cercano de lo que parece: sí, los “Caneros” están en la cárcel, pero su drama nos invita a todos a reflexionar acerca de vivir plenamente o dedicarnos a sobrevivir, de madurar o convertirse en víctima del pasado; de perdonar y perdonarse o naufragar en el odio; de construir la libertad o de sumirse en la inconsciencia.      

Hacia el final de la obra, el mensaje del poder transformador del teatro se transmite de forma explícita en voz de los personajes, quizás se trate del recurso más débil de la obra (considerando que esa idea ya se expresó con mayor fuerza y elocuencia a través de acciones), pero éste trasciende con creces lo panfletario y más cuando consideramos el tiempo que vivimos: un momento en el que, al igual que muchas otras cosas, las artes escénicas han tenido que “digitalizarse” para continuar y el estreno de “Caneros” nos reafirma que las risas, las lágrimas y el silencio del público son experiencias excepcionales cuando nacen de la magia de las luces, los sonido, la utilería y el cosmos que crean los actores.

A la espera de mi entrevista con Ramón Gómez Polo le agradezco por “Caneros”, un trabajo que refrenda su capacidad como director teatral y su madurez como dramaturgo.

Fotografías: Cultura Mazatlán.

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